miércoles, septiembre 27, 2006

CAPACIDAD DE AGRAVIO

Llevan treinta años preparando la secesión. Cuentan con planes precisos y sin cesar actualizados, tácticas adecuadas a cada circunstancia, una estrategia política de fondo y un cálculo de posibilidades a las que hacer frente si el estallido final produce reacciones inesperadas. Si en el futuro, como ocurrió en Rusia, alguien tuviera acceso a sus archivos, comprobaría que nada de lo que hoy sucede es producto del azar.

Producto del azar sí que fue la inaudita llegada del Necio al poder. Desde ese momento, los acontecimientos se precipitaron, saltaron las alarmas y se pusieron en marcha las acciones previstas para el caso de que se presentara una oportunidad de oro. Como la que estamos viviendo, ocasión increíble y única en la historia, en la que el propio gobierno de la nación es el promotor de su descuartizamiento.

La cosa empieza desde muy atrás, especialmente desde que se fragua la malhadada Constitución “que nos hemos dado”, según fórmula ritual de quienes resultarán, de una u otra forma, beneficiados por la misma, es decir, la oligarquía naZionalista y cierta clase política, hoy totalmente profesionalizada y carente de los valores y los principios que harían de la política lo que debería ser: una ciencia noble y una práctica de servicio público.

Es en la fase constituyente cuando nos cuelan de rondón la por nadie sentida necesidad de trocear España en diecisiete taifas. Es en esos momentos cuando los orates que la lucubraron decidieron dar por buenas las vindicaciones “históricas” de los separatistas, y cuando hizo fortuna la siniestra invención del “hecho diferencial”. Aparentemente, se trataba de hacer justicia distributiva, el famoso “café para todos”, pero en realidad se estaba sembrando la semilla del enfrentamiento y la dispersión futura. Luego veremos por qué y para qué.

El engendro constitucional no sólo nace preñado por la simiente de su propia implosión autonomista, sino que, además, es profundamente antiliberal. Es, como hace un tiempo teorizó Carlos Rodríguez Braun en tres artículos memorables del ABC, verdaderamente socialdemócrata, lo cual significa, en último análisis, que cualquier autoridad, sin salirse una mota del Texto, y por razones de interés “social”, de las que tanto abundan en el espíritu de la Ley, puede laminar nuestras libertades, embargar nuestras cuentas bancarias o confiscar nuestra propiedad. No es ninguna exageración. Recuérdese, hace bien poco, cómo la ministra Trujillo pretendía tutelar los pisos “vacíos” para entregárselos a... quien ella quisiera. Y puede hacerlo, no lo duden.

El pueblo vota lo que le echen, ya se sabe. Le sedujeron con aquello de que íbamos a ser europeos, libres, felices como las perdices, y le adularon con la cantinela amodorrante de que, por fin, sería dueño de su propio destino. Y el pueblo, claro, estampó en las urnas el sello de la legitimidad del sistema. Sistema urdido en los sótanos de la transición por una elite nombrada a sí misma para redactar lo que le vino en gana. Y unos activamente, otros por desidia, alumbraron la Carta que hoy nos hacen padecer. Sólo unos pocos se atrevieron a levantar la voz contra la bomba retardada que significaba transigir con lo del término “nación”, pero nadie les hizo caso. Sabían bien lo que estaban perpetrando.

A punto de liquidación este antiguo país llamado España, y envalentonados sus enterradores por la pasividad del “pueblo” (que ni entonces ni ahora se enterará de nada), están dispuestos a reventar ya totalmente el Texto mediante el procedimiento de sajar el monstruoso quiste del estatuto que llevaba dentro desde el principio, y que nos conducirá directamente a la opresión y al fascismo –no es hipérbole: léase el asfixiante articulado del estatuto, repárese en la persecución lingüística del español, o en la totalitaria invención del CAC, por poner unos pocos ejemplos de lo que se nos viene encima.

Expliquemos ahora para qué sirve lo de los diecisiete reinos; qué son las reacciones inesperadas de que hablábamos más arriba; y concluyamos con lo de la provocación y la función que cumple en todo el entramado de la conspiración . No se necesita mucho más para entender lo que está pasando.

UNO: El nazionalismo no tiene, para sus beneficiarios reales, más que un valor instrumental. Inocular a la gente el virus del “hecho diferencial” es una tarea relativamente fácil, y además infecta las meninges del pueblo (ese alguien-que-no-es-nadie) duraderamente con el señuelo del orgullo nazional. Se trata de que la jerarquía haga negocios al tres por ciento, y que al pueblo se le compense con las migajas del “orgullo” patrio. Así todos son nazionalistas, y a quien denuncie a la jerarquía se le acusa de enemigo de toda la nazión, y, si se puede, se le envía la Gestapo.

Ocurre que, si España se mantiene unida, o anudan vínculos las quince autonomías restantes contra las dos “traidoras”, el invento no funcionaría. Esta posibilidad se está produciendo hoy día con el boicot a los productos catalanes (es la reacción ciudadana). Por tanto hay que exigir lo imposible a España para que las quince, cansadas e impotentes ante tanta relegación, opten por iniciar el camino de las exigencias propias (es la reacción de las oligarquías políticas, Fraga incluido.) La consecuencia a medio plazo es la insolidaridad, la desmembración y la quiebra del estado, como ya se está empezando a ver también. Cualquiera podría haberlo previsto cuando se publicó la Constitución de los diecisiete reinos.

Se cumplen así dos objetivos muy queridos del nazionalismo: destruir para siempre a la odiada España, sin salir de casa ni disparar un tiro, y apropiarse de la mayor parte de la riqueza común, para lo que llevan muchos años de adelanto respecto a las demás autonomías y disponen de los medios, financieros y políticos, adecuados para hacerlo. Excepcionalmente, además, cuentan con el apoyo del gobierno central para llevar a cabo sus propósitos, es decir, la ocasión de oro que decíamos antes. Cabría preguntarse aquí por qué el socialismo español se presta a este juego subalterno, y qué gana en la partida, pero es un tema que nos gustaría analizar en un próximo artículo.

DOS: Reacciones inesperadas. Algunas no tanto, porque es posible que sean inducidas, como la provocación al Ejército. Llevan años depauperando a las Fuerzas Armadas. Sin inversiones acordes con nuestra potencia económica, obligadas a realizar tareas subalternas, propias de oenegés o instituciones caritativas, ninguneadas hasta la práctica desaparición del escenario público, obligadas a una retirada gallinácea de Iraq... Hasta que saltan los espontáneos del artículo octavo, ocasión que se aprovecha para el agravio comparativo y el descrédito. A muchos no se nos quita de la cabeza que esta nulificación programada obedece una vez más a un pacto y a una exigencia naZionalista que a otra cosa. Campo libre y amenazas “franquistas” conjuradas.

La otra reacción inesperada es la ciudadana. Al margen de los partidos, se genera una corriente de resistencia cívica que se manifiesta con los escasos medios de que dispone una masa de iniciativas dispersas que ningún partido se decide a aglutinar. Aún así, es capaz de implementar acciones espontáneas, como el citado boicot, cuya operatividad y cuyo claro mensaje parece que ha causado cierta alarma en el sanedrín secesionista.

TRES: La crónica, la insultante provocación a que someten al resto de España los naZionalistas tiene efectos paradójicos. Los amaños y pactos secretos pasan desapercibidos, pero la provocación pública cumple el efecto de llamar la atención, de estimular reacciones. Por eso eligen motivos sangrantes, como el trasvase del Ebro o el expolio del archivo de Salamanca.

Pues los mismos que nos atruenan los oídos para que seamos “solidarios” con países que pueden estar en nuestros antípodas, le niegan a sus vecinos el agua que se derramará inútilmente en el mar. Es curioso, pero enervante, comprobar cómo algunos se arrogan la propiedad y la distribución de un agua que nace en Reinosa, provincia de Santander, como se decía antes, y no, precisamente en Lérida o en Granollers. ¿Qué pensarían esos mismos si los santanderinos decidieran desviar el cauce del río hacia Laredo, para verterlo allí directamente al mar? Pregunta inútil, pues de lo que se trata es de crear indignación, puntos de fractura entre españoles. Por eso se muestran tan provocadores, tan insultantes: todo contribuye al mismo designio, el que llevan treinta años maquinando en la caverna del egoísmo y de la traición. La guinda de Salamanca, que celebrarán con toda la cohetería y toda la pompa, la exhibirán como escarnio simbólico de su capacidad de agravio, de su poderío hoy incontestado. ¿Tanto les debe Rotepaza?

Es posible que estemos asistiendo a la desaparición irreversible de España. Consumada la secesión, no habrá fuerza, ni voluntad, de recomponer nada. Y todo esto --somos muchos los que lo pensamos--, es la consecuencia previsible de esa Constitución a la que tantos gustan de ensalzar en una especie de narcosis política, cuando no de turbios intereses de lobbies, empresas y partidos alejados del menor escrúpulo. Por eso nosotros también estamos a favor, no de su reforma, sino de su recambio. Total y de nueva planta, sin los estigmas que han lastrado nuestra convivencia. Y, de paso, si es posible, verdaderamente liberal.

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